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Diego Vasallo - Todas Las Noches lyrics
Noches leyendo a Dostoyevski mientras un temblor de moscas agita la suciedad de las bombillas.
Noches que te abrasan como un trago de absenta de garrafa.
Noches con amigos de nombre mágico y extraño, como Iribarren, Gaztambide.
Noches en que fumas demasiado y aun así no es suficiente.
Noches de Alicante en que te bebes la vida por el cuello de una botella de cerveza.
Noches de verano gijonesas, contemplando cómo el cielo se deshace en un delirio de centellas rotas.
Noches en que el rostro de tu madre te sonríe con la tristeza mansa de una flor decapitada.
Noches que se llaman Gertrudis, Clotilde, Hermenegilda.
Noches de espanto y de resaca en habitaciones alquiladas, oyendo resoplidos de amor desesperado al otro lado del tabique.
Noches en que esnifas cocaína en un espejo, para calmar la borrachera y el ansia excesiva de la vida.
Noches en que lloras en retretes sin ventanas ni azulejos.
Noches de llamadas angustiadas a casas vacías donde el timbre de un teléfono reclama la presencia de otro cuerpo con el que compartir tu cobardía.
Noches hablando del sarcoma de Kaposi con tu sombra, en un café vacío, a las tres de la mañana, mientras un camarero tuerto barre las colillas y bosteza.Diego Vasallo - Todas Las Noches - http://motolyrics.com/diego-vasallo/todas-las-noches-lyrics.html
Noches en que Dios o el fantasma redivivo de alguien entrañable está al otro lado de la mesa, y te pide un cigarrillo, y te recita un monólogo de Shakespeare.
Noches de sequía y de vinagre en que agonizas en el penúltimo vagón de un tren a dos kilómetros de Almansa.
Noches en que la piel te arde como yesca en manos de un pirómano.
Noches en hoteles de París, espiando en la mirilla a la mujer de la limpieza, que friega el suelo del pasillo y tararea una canción de Alain Barrière junto a tu puerta.
Noches en que la brisa se remansa en las cortinas como un pétalo cansado y recorres los estantes buscando una edición de El extranjero.
Noches en que se han fundido todas las farolas y alguien se desnuda lentamente tras una ventana iluminada en el piso veintitrés de un rascacielos.
Noches en que trazas garabatos en servilletas de papel con una botella de ginebra, mientras Lou Reed canta «Quiero ser negro» y tú le dices que también.
Noches en que clavas las rodillas en el suelo y sollozas por Pilatos sentenciando a Jesucristo en esperanto.
Noches en que deshojas rosas muertas junto a un estanque en Aranjuez.
Noches de mujeres cuyos ojos iluminan la penumbra de los bares como símiles que Raymond Chandler hubiera puesto en cuarentena.
Noches en que una histérica misericordia te sobrecoge la garganta, y quisieras enjugarle las lágrimas a una virgen del Greco.
Y luego esa noche en que un ladrón se colará en tu casa para apretar una moneda en tu puño que se cierra.